La mitología es algo vivo, un modo de aproximación a las inquietudes más profundas de la humanidad. Es un proceso siempre abierto y actual; un acontecimiento sagrado en continua reelaboración.
Fuente: Sophia por Laura Ponce
Gaia surgió del Caos primigenio, cuando nada había, y fue la primera cohesión de la materia. Pero se sentía sola y engendró a Urano, el cielo. Urano fecundaba a Gaia incansablemente y ella dio a luz a muchos hijos: Titanes, Cíclopes y Hecatónquiros; también a Cronos, el Tiempo. Pero Urano los odiaba y los obligaba a vivir en las profundidades de su madre.
Esos hijos eran todos muy violentos y causaban devastación; cansado de ello y de la continua fecundación de su madre, Cronos castró a su padre con una hoz que ella había afilado.
Cronos encerró entonces a sus hermanos en el Tártaro e inició su reinado junto a su hermana y esposa Rea, pero fue un período todavía signado por el Caos: los seres nacían y morían sin orden ni propósito (Cronos devoraba a sus hijos, el Tiempo era todavía ciego). Así fue hasta que Rea, embarazada de Zeus y rehusándose a que corriera la misma suerte, pidió ayuda a Gaia.
Así, Zeus se estableció como el rey del Olimpo y, con el paso del tiempo, Gaia se convirtió en la madre universal. Conforme el mundo helénico personificaba a sus dioses, la tierra se encarnaba en divinidades como Démeter o Cibeles, se alejaba de la imagen de vida salvaje, casi obscena, para relacionarse con la prosperidad de las cosechas, la vida domesticada.
Sin embargo, la Gaia original, la incontenible fuerza femenina salvaje e intuitiva, siguió presente en los volcanes y las grietas de las que emanan vapores, y a través de ellos se manifiesta en los oráculos y la videncia.
La Pachamama se le parece en muchos aspectos y también se identifica con vertientes, pero la Pachamama es una manifestación acogedora y protectora, es la naturaleza que provee, el Tiempo que cobija al Hombre, su presente, su cotidiana inmediatez como un todo. En algún sentido, no podemos estar más cerca de ella: jamás nos separamos; hacerlo es imposible. Solo debemos prestar atención y escucharla un poco más, para tener una relación más plena con nosotras mismas, con nuestra naturaleza más profunda y con el mundo que nos rodea.